Cuenta el mito, que prendado de una hermosa princesa de la ciudad de Tiro (actual Líbano, país vecino a Siria), Zeus, el padre de todos los dioses, decidió transformarse en un hermoso toro blanco para llamar la atención de la joven. Esta al darse cuenta de lo hermoso y manso que era el animal se subió en su lomo, lo que fue aprovechado raudamente por el jefe del Olimpo para raptar a su víctima, llevándola al otro lado del mar y nombrando a la tierra que lo acogió con el nombre de la princesa. Desde ese día, las tierras al norte del Mediterráneo, a partir de la isla de Creta, fueron conocidas como “Europa”.
De la unión de Zeus con la princesa Tiria nacieron algunos de los primeros reyes de Creta: Ramadantis, creador de las leyes y, Minos, amante de las ciencias. Además de esto, los hermanos de Europa, partieron desde Tiro en busca de la princesa y aprovecharon para fundar una serie de reinos, entre los que destacan Cilicia y Tracia. Cadmo, uno de los hermanos, fundaría la ciudad de Tebas y llevaría el alfabeto a Grecia.
Este mito nos cuenta algo que la arqueología y la historia corroborarían después: Europa y la civilización occidental son hijas de los acontecimientos sucedidos en el tercer milenio a.C. (3000 a 2000 a.C.) en lo que hoy denominamos el Medio Oriente. Migraciones de miles de individuos llevaron las bases socio-económicas de la vida como la conocemos, desde las montañas del Cáucaso, hasta la orilla oriental del Atlántico. Una forma de vivir, de crecer, e incluso una forma de morir; el inicio de la cultura europea tal y como la conocemos.
Zeus en realidad representa a los originarios pueblos europeos y Europa, princesa de Tiro, es sin duda la cultura llegada desde los territorios ubicados entre el Nilo y Mesopotamia, lo que hoy conocemos como Palestina, Líbano, Siria y Jordania.
Han pasado más de 5000 años desde que sucedió lo antes mencionado, y hoy, por motivos no tan románticos como los de Zeus, los hijos de Tiro vuelven a Europa. Esta vez, además de su cultura, llevan a sus espaldas lo poco que la vida les ha otorgado, incertidumbre, penas y su descendencia.
Actualmente, Europa no quiere aceptar la marea humana que huye del terror, producto de una coyuntura originada por ellos mismos durante la primera mitad del siglo XX y no como aparentemente entiende la prensa, producto de dictaduras laicas frente a grupos islamistas o la presencia del Estado Islámico. Los europeos no quieren aceptar, o a lo mejor han olvidado, que el origen de este problema radica en la misma Europa.
El origen del problema
La coyuntura del Medio Oriente tiene un claro inicio en la repartición colonial de los territorios árabes, a partir del Acuerdo Sykes-Picot de 1916. Dicho acuerdo, también conocido como “Acuerdo del Asia Menor”, se complementó con el Tratado de Sèvres de 1920 y postergó a los pueblos árabes de un gran estado nacional, que comprendiera desde la costa mediterránea de Palestina, Líbano y Siria hasta el Yemen, al sur de la península arábiga.
¿Qué es lo que ocurrió para que esto sucediera? Los árabes, motivados por la fe del profeta Mahoma, unificaron y dominaron los territorios del Medio Oriente, a partir del siglo VII d.C. Posteriormente, gracias a la dinastía Omeya y Abasí, formaron un enorme imperio o califato, el cual incluía amplios territorios de la zona central de Asia, incluida parte de la India y todo el norte de África hasta llegar a la península ibérica. Este esplendor, no solo político y militar, sino también cultural, fue el origen de una lenta decadencia hasta la conquista de los pueblos árabes por parte de los turcos otomanos en el inicio del siglo XVI.
Pese al puente religioso existente con los turcos, los árabes los veían como invasores y deseaban su independencia. Debido a la tradicional fragmentación y rivalidad de los árabes en tribus, muchas de ellas nómades, el deseo de expulsar a los turcos no fue factible, sino hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial (1914-18). En ese contexto y bajo el ofrecimiento franco-británico de apoyo contra los otomanos y la creación de un gran estado nacional, empieza en 1916 la llamada “Gran Rebelión Árabe”, evento histórico que se haría popular por la participación del británico Thomas Edward Lawrence, mundialmente conocido como “Lawrence de Arabia”.
Lamentablemente, tras la victoria sobre los turcos, el ya mencionado Acuerdo Sykes-Picot traicionó las expectativas árabes, quienes vieron cómo se comenzaron a crear “protectorados” británicos en Irak, Transjordania y Palestina; y “protectorados” franceses en el Líbano y Siria, dejando a los árabes confinados a lo que actualmente llamamos Arabia Saudí.
Las consecuencias de impedir un estado panárabe
Con el tiempo, el sentimiento antioccidental se acrecentó, dado el reparto colonial, lo cual se avivaría con el contexto de la Guerra Fría (1945-1989), cuando el favoritismo por Israel frente a los estados árabes, y las intervenciones norteamericanas en la zona, llevaron a ver a Washington como el ejecutor de un neocolonialismo.
En segundo lugar, la creación de los protectorados mediante fronteras arbitrarias dejó estados que a su interior tenían una población heterogénea en todo aspecto, con muchas rivalidades centenarias entre grupos disímiles. Uno de los conflictos más comunes se dio entre los grupos nativos que habían apoyado los mandatos coloniales, y continuaban en el poder tras la independencia, y los grupos que se habían enfrentado a la presencia europea y luego se volvieron grupos de oposición. No hay que descontar la polarización de una población con minúsculos grupos sumamente ricos y una mayoría en extrema pobreza y sin oportunidades.
La bendita primavera
El mundo árabe nació luego del proceso de descolonización como un polvorín que solo se contuvo por la formación de férreas dictaduras militares laicas (casos como Libia, Egipto Siria o Irak) o monarquías absolutas (casos como Jordania, Bahréin, Qatar y los Emiratos Árabes). El resultado fue un lento, pero progresivo. Surgimiento y crecimiento de grupos islamistas radicales por parte de individuos que se amarran férreamente a su religión y por otro lado, el clamor de muchos jóvenes por un sistema más democrático frente al autoritarismo.
Esta combinación de factores, junto a la globalización (sobre todo en el tema de los medios de comunicación) los llevó a lo que conocemos como la “Primavera Árabe” (2010-2013). El furor por un cambio y el uso de las redes sociales sobre todo por parte de los jóvenes, condujo a muchos pueblos árabes a rebelarse contra los sistemas políticos imperantes, desde la Túnez de Ben Ali, pasando por el Egipto de Mubarak, la Siria de Bashar al-Asad y la Libia de Muamar el Gadafi. El mundo entero miraba asombrado -y en muchos casos con agrado- cómo aparentemente una ola democrática caía sobre el mundo árabe-musulmán. Pero la realidad era otra, la caída de los autoritarismos provocó la desestabilización de las naciones involucradas y las consecuentes luchas internas entre los grupos políticos, económicos y étnicos que querían mantener su poder, y los grupos que habían sido sometidos desde épocas coloniales. Esta fragmentación y caos fue la que empezó la gran oleada migratoria hacia la cercana Europa, así como también provocó espacios para la aparición de grupos islamistas ultra radicales, que uno a uno, fueron acercándose al denominado Estado Islámico, hoy por hoy, considerado el mayor enemigo del mundo occidental.
El gran conflicto que vive estos días el “Viejo Continente”, en donde la ola de inmigrantes surca el Mediterráneo, huyendo del horror de la lucha interna en el norte de África y el Medio Oriente, es aprovechado por los movimientos extremistas para “colarse” en Europa y llevar a cabo actos terroristas. Estas acciones incrementan los movimientos xenófobos en las naciones que reciben diariamente a cientos de refugiados.
Europa siente, un siglo después, los errores de su política colonial. Pero en vez de analizar las posibilidades de la coyuntura y enrumbarla a su favor, simplemente intenta impedir, a como dé lugar, la llegada de más refugiados mediante cercos tanto físicos como legales y el más duro de todos: el muro de la indiferencia.
Zeus olvidó su amor por la bella princesa de Tiro, pero sobre todo parece haber olvidado la dote que esta llevó a la tierra que hoy lleva su nombre.