En las últimas dos décadas, el cine ha logrado el renacimiento de los héroes del cómic. Los personajes favoritos de nuestros abuelos y padres, aquellos que hacían temblar de emoción a quienes leían sus aventuras en historietas o en las tiras cómicas de los diarios, resurgieron repotenciados con la aparición de grandes producciones cinematográficas. Pese a contextos históricos aparentemente muy diferenciados, los héroes de ayer son, sin duda, los héroes de hoy.
Los niños y jóvenes, así como muchos adultos de este convulso y recién iniciado siglo XXI, vibran con fantásticos personajes con superpoderes. El consumo de dichos personajes no se limita a unas cuantas idas al cine en el transcurso del año, sino a una constante interacción con otros medios de comunicación, que incluyen la televisión, la web y las redes sociales, sin contar eventos que convocan masivamente a los seguidores de los mencionados personajes. Un ejemplo de ello son el famoso Comic-Con Internacional de San Diego, que se lleva a cabo en Estados Unidos, y el Comiket, organizado en Tokio.
Todo esto nos lleva a realizar la siguiente pregunta, ¿es posible aprovechar esta popularidad y el consumo del cómic, y sus personajes, para educar a un público infantil y juvenil? Para poder responder la interrogante previa, debemos recordar cuál es el origen de nuestros superhéroes y sus increíbles historias.
El cómic tuvo su momento dorado entre la década de 1930 y 1940, es decir, en el tiempo en que se inició la Segunda Guerra Mundial y se dio la participación de los Estados Unidos en esta contienda global. Los comics y sus personajes nacieron con la intención de personificar a un sistema político y a la democracia, la cual se encontraba en peligro, frente a la expansión violenta del fascismo en sus diferentes versiones.
Personajes como Superman (el kryptoniano Kal-El alias Clark Kent), Capitán América (el supersoldado Steve Rogers) y la Mujer Maravilla (la amazona Diana Prince) hacen su aparición en la prensa, vistiendo los colores azul, blanco y rojo que representan a Estados Unidos y sus valores. Los primeros números de estas historietas enfrentaron a estos héroes contra villanos que defendieron y materializaron la ideología de personajes reales, pero tan siniestros como los literarios. Ejemplo de ello es Adolfo Hitler quien tuvo su paralelo en la historieta en la figura de Cráneo Rojo (el científico nazi Johann Schmidt).
Acabada la guerra, el cómic tuvo un gran bajón en ventas, pero no dejó de producir interesantes personajes que eran el reflejo de un nuevo contexto histórico: la Guerra Fría (1945-1989). Iron Man (el millonario Tony Stark), Thor (el doctor Donald Blake) y el Increíble Hulk (el científico Bruce Banner), representan, más allá de la defensa de un sistema político, la defensa un sistema económico, el capitalismo y de una competencia científica (destacando la carrera espacial) que se batían palmo a palmo con el comunismo soviético y chino (el maligno enemigo de Iron Man, “el Mandarín” evidencia el temor por la nación asiática) por mantener un control global.
En nuestros días, estos mismos héroes se enfrentarán a renovados villanos, los cuales son analogías de los actuales enemigos de la civilización, las mafias, el extremismo político-religioso y el terrorismo.
¿Sería factible entonces, aprovechar los antiguos y originales contextos históricos de estos seres superdotados que son tan admirados por niños y jóvenes para introducirlos en el tema de la historia de los últimos 85 años? La respuesta es sí.
Hay algo muy particular en el niño y joven seguidor del héroe de cómic que se encuentra hoy en la pantalla grande: ser fan. No solo le interesa lo momentáneo de la historia que ve en la pantalla, sino que investiga, le interesa saber las causas de la historia (el guion) que lo ha dejado absorto por una hora y media o más. Pero también le intriga conocer las consecuencias de aquella aventura que acaba de terminar en la oscuridad de la sala de proyección. ¿O no todos los que siguen las películas de Marvel o DC Comic, esperan que acaben los créditos para ver unos cuantos segundos de un tráiler de la siguiente película de la saga?
El cómic es pues una interesante herramienta para introducir al estudiante de diversas edades a inmiscuirse en la investigación, pero sobre todo, investigar procesos históricos, en donde, además de grabarse en la cabeza nombres, lugares o fechas, lo más importante es entender el porqué de ciertos hechos, sus motivaciones e implicancias, y cómo las acciones de unos pocos repercuten en grupos mayores, inclusive en toda la humanidad. El fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y los acontecimientos que los componen son fácilmente introducibles en el mundo del cómic y, por lo tanto, en los intereses del estudiante.
¿Por qué no proponer en una clase que introduce a estos temas, o como una actividad fuera del aula leer algún cómic o ver alguna película vinculada a estos para soltar interrogantes al alumno? Esto nos abriría un número de puertas que quizás la enseñanza tradicional de pizarra o de “ponencia magistral” nunca llega a aperturas. Una herramienta divertida, lúdica, particular y dinámica está en nuestras manos.
Finalmente, una estrategia como esta, acercará mucho al docente con sus estudiantes, ellos mismos tendrán un motivo más para integrarse y quién sabe si esa sinergia no se extienda también a los hogares de cada uno de los involucrados, en donde los hermanos y padres podrían compartir la nueva aventura de introducirse a ciertas etapas de la historia por parte de uno de los miembros de la familia. ¿Lo intentamos?