Como venimos viendo en la última administración estadounidense, la propuesta de una política aislacionista y mercantilista ha tomado su lugar en la arena internacional. Sin embargo, esto no es nuevo. El ejemplo más recordado es el aislacionismo de EEUU al final de la Primera Guerra Mundial que dejó a una Liga de las Naciones sin medios reales para establecer un orden internacional sostenible. El pivote hacia Asia de la administración Obama tal vez no constituyó un retroceso pero definitivamente alarmó a los aliados del Atlántico sobre un posible retiro de Europa. Las declaraciones del actual presidente, sin embargo, sí constituyen un claro ejemplo de escepticismo y aislacionismo.
Evidentemente no se puede hablar de un retiro total de la presencia estadounidense pero sí de elementos que demuestran una reducción material y de coordinación con los europeos. Simon (2015) lo explica de esta manera: se trata de una estrategia que se mueve “de la presencia hacia el compromiso”; es decir, reducir el número de efectivos pero incrementar coordinaciones con puntos específicos de defensa en las fronteras de los miembros de la OTAN.[1] Ante esto, aparecen varias preguntas ¿es una tendencia más allá de la administración actual? ¿Esta estrategia estadounidense llega en un buen momento? ¿Cuáles serían las consecuencias para Europa?
Para entender las consecuencias primero se deben recordar las razones por las cuales la presencia de EEUU fue promovida por los propios europeos: la URSS y Alemania.
El marco de la Guerra Fría explica la primera razón. Europa necesitaba mantener el respaldo no solo financiero sino también militar de los EEUU para contener las aspiraciones imperialistas de la URSS y la construcción de su esfera de influencia justo a las puertas de sus vecinos europeos. Debemos recordar que esa esfera de influencia alcanzaba a los países bálticos y varios más en los Balcanes. La URSS era el antagonista del modelo económico y social de EEUU por lo que para ambos lados del Atlántico resultaba necesaria una alianza que finalmente se materializó con la OTAN, en términos de seguridad y defensa.
La segunda razón fue Alemania. Por un lado, los propios europeos ya habían tenido una mala experiencia con los resultados de la gestión francesa frente a las decisiones sobre Alemania después de la Primera Guerra Mundial, lo cual provocó, en gran parte, la Segunda Guerra Mundial. Esta experiencia los llevó a confiar en una nueva conducción con la participación de EEUU. Knapp & Wright (2006) explican que uno de los motivos geopolíticos de Francia para apoyar un inminente proyecto de integración fue asegurar la presencia de Alemania en el bloque económico liberal y mantener el balance de poder en la región.[2]
Por lo tanto, tenemos que la presencia de EEUU en Europa responde a la convergencia de los intereses comunes. Por un lado, EEUU quería asegurar un bloque proclive a su modelo político, económico y social y, como consecuencia, una barrera para el avance soviético. Por otro, la única manera de que este bloque tenga éxito era la construcción de instituciones que aseguren la estabilidad interna de sus miembros. La OTAN y la UE, entonces, respondieron a los intereses de EEUU y de los propios europeos.
Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Por qué esta suerte de retirada? Nuevamente Simon (2015) recapitula algunos eventos que demostrarían una tendencia con dos tipos de variables. El primer tipo está relacionado a la desaparición de la amenaza soviética después del fin de la Guerra Fría y el segundo con la aparición de nuevas amenazas, de una manera bastante simplista, digamos China. De esta manera, la caída del muro de Berlín, los ataques del 11 de setiembre y ahora el riesgo de que China incremente su espacio de influencia (tal vez no militar al estilo soviético, sino más económico con el proyecto OBOR – One belt, one road) constituyen eventos que poco a poco han obligado a EEUU a replantearse sus prioridades y, consecuentemente, su presupuesto en defensa y acciones en el exterior. Con este marco, podemos entender por qué el presidente Trump ha mencionado en muchas oportunidades que los europeos deben tomar mayores responsabilidades (por ejemplo cumplir con el compromiso de contribuir con 2% de su presupuesto para defensa en la OTAN), especialmente teniendo en cuenta que algunas miembros, como Alemania, son suficientemente solventes para hacerlo.
Definitivamente, las prioridades han cambiado para EEUU pero esto no significa que sus amenazas cambiaron de frente, sino que ahora hay dos frentes. Sí, por un lado tenemos a China con una estrategia agresiva en logística internacional; pero por otro, tenemos a Rusia que no abandona sus sueños de incrementar su esfera de influencia. Los ataques cibernéticos a Estonia en 2007, la anexión de Crimea en 2014 y el acercamiento a otros gobiernos poco democráticos (Israel, Turquía, Siria e Irán) lo confirman.
Otro punto a evaluar es Alemania. En la Europa de hoy, Alemania, que ha retomado la posición de potencia más relevante del bloque, compra gas y petróleo ruso en grandes cantidades, incluso está encaminada a la construcción del oleoducto del norte, a pesar de las críticas de otros miembros de la Unión, como Polonia y Francia. Kundnani (2015) nos presenta “la paradoja alemana” en el sentido de que Alemania nunca se ha sentido completamente “occidental” y que ha demostrado no estar dispuesta a cumplir con los dictámenes de EEUU. Por ejemplo, ante la Guerra en Irak mostró una posición independiente, en la crisis de 2008 resaltó el valor de su modelo de economía social de mercado frente a las fallas del modelo estadounidense relativas principalmente a la especulación y en el 2011 ante las acciones para intervenir en Libia, Alemania simplemente formó parte de la banda de los opositores como China y Rusia.[3]
Las razones para que EEUU continúe con una fuerte presencia en Europa se mantienen, y ahora más que nunca. Como hemos podido ver, Rusia sigue siendo la potencia mundial que se proyecta al exterior con ambiciones de mantener e incrementar su esfera de influencia. Alemania, que pudo ser contenida gracias a la participación estadounidense dentro de un bloque pro-occidental, está abriendo sus alas con aires de independencia estratégica y no tiene temor de priorizar sus necesidades energéticas sobre los reclamos de sus pares respecto a la seguridad en la región.
El retiro o -más apropiadamente- la reducción de la presencia estadounidense en Europa significa entonces mayores espacios para la proyección rusa en el vecindario europeo y mayores libertades para las decisiones alemanas que, como hemos visto, a veces son más individualistas que a favor de la Unión. Otro punto final tiene que ver, evidentemente, con el momento en que se están dando estos cambios estratégicos. El Brexit le da varios matices a las posibles consecuencias en Europa sobre una relativa retirada de EEUU.
Si hacemos una revisión rápida de la historia, EEUU encontró a un socio inseparable en el Reino Unido para colocar los cimientos de la Alianza del Atlántico. Luego, a partir de la unión de las potencias con mayor tamaño y población (Francia y Alemania) se emprendió uno de los bloques más ambiciosos de la historia de la humanidad, la Unión Europea. Esta Unión se vio fortalecida con la entrada del Reino Unido y su extensión a Europa del Este, golpeando duramente los intereses rusos. Todo este crecimiento y consolidación del bloque occidental se dio en gran parte a la participación estadounidense y a la situación europea con una Alemania débil y una Rusia moribunda. Los tiempos han cambiado, Rusia y Alemania están de vuelta y EEUU parece no estar muy convencido de la relevancia de su papel en este contexto. Si a esto le sumamos la salida del Reino Unido de la Unión, podríamos estar hablando del final de un periodo pro-occidental para pasar a un periodo más complejo y diverso, no necesariamente peor o mejor, pero sí distinto en los que -tal vez- Alemania deba conciliar directamente con Rusia, dejando en un segundo plano a las potencias tradicionales como Francia y Reino Unido.
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[1] Simon (2015) “Understanding US retrechment in Europe”. Survival: Global Politics and Strategy 57 (2): 157-172.
[2] Knapp & Wright (2006) “France and European Integration” in Knapp and Wright (eds.) The Government and Politics of France. London and New York: Routledge, 422-486.
[3] Kundnani (2015) “Leaving the West behind: Germany looks East”. Foreign Affairs 94 (1), 75-90.