El infinito Tomás de Aquino y el derecho normativo

 

Alberto Magno, fue un maestro del pensamiento y la virtud que educó a muchas generaciones en el amor a los estudios desde el púlpito de las principales universidades medievales. Jamás tuvo miedo de valorar. Jamás se abstuvo en tomar decisiones sobre lo bueno y lo justo en cuestiones concretas y jamás dejó de comprometerse con la verdad. ¡Fue un fidelísimo Maestro!

Alberto Magno tuvo en el Quadrivium entre sus innumerables discípulos a uno que se distinguió por su perspicacia en la búsqueda de la verdad: Tomás de Aquino. Un mozallón dominico, dotado de una impresionante inteligencia que por su carácter reservado y silencioso don Alberto lo llamó el buey mudo y en virtud de su profundidad metafísica y portentosa especulación teológica llegó clarividentemente a exclamar: “Este a quien llamamos buey mudo, mugirá tan fuerte que se hará oír en el mundo entero”

Reconocido como príncipe de la Escolástica por esa perspicacia y potencia intelectual que caracterizó a sus innumerables obras, Tomás de Aquino fue capaz de realizar una síntesis doctrinal, destinada a perdurar a través de los siglos. Coronó la obra iniciada por su maestro Alberto Magno para llevar a buen término la construcción de un aristotelismo cristiano; aunque también sabemos que el saber de este corpulento dominico fue menos extenso que el de su fidelísimo Maestro, pero lo superó por su claridad intelectual, por su profundidad teológica y por el rigor de su filosofía que se renovó no solo por replantear las ideas de Aristóteles, sino por aceptar que las verdades de la fe están perfectamente fundamentadas a través de la Verdad radical primera que es Dios.

A los 53 años, el 7 de marzo de 1274 Tomás de Aquino pasó a mejor vida en el monasterio cisterciense de Fossanova cuando se dirigía a la ciudad de Lyon para combatir dialécticamente a los antiaristotélicos y averroístas en el concilio que se celebró en aquella ciudad. Se cuenta que ese mismo año tuvo una experiencia mística que fue de tal magnitud que se vio persuadido a tener que decirle conmovido a su fiel amigo y secretario: Reginaldo da Piperno: “Todo cuanto he escrito me parecen necedades en relación con lo que vi y me fue revelado”.

En las sagradas escrituras se afirma que solo dos hombres en vida han contemplado a Dios cara a cara: Moisés y san Pablo. Tomás de Aquino, provincial de los dominicos de Alemania, habría sido el tercero en alcanzar a contemplar el plano racional de Dios antes de enfrentarse a su destino final.

Se cumplen ahora los 750 años de su desaparición física, sin embargo en estos tiempos tan ayunos de certezas, su mugido vuelve a ser referencia obligada en cuanto a la centralidad de Dios – mientras que la sociedad moderna, yerma y ensimismada en su profunda secularización lo niega – y cuya dejación sitúa al hombre en la intemperie, sin seguridad, sin apoyo, en la abismal soledad de un páramo, sin línea de continuidad; pese a ello uno de los caminos más directos que recorrió Tomás de Aquino para validar la existencia de Dios como creador consistió en admitir que la fe y la razón se ayudan mutuamente. La fe contiene implícita una filosofía que la razón la hace explícita. O como acaba de sostener el astrónomo estadounidense Guy Consolmagno: “Nada impide a la ciencia y a la fe ir cogidas del brazo. La ciencia explica cómo se ha creado el mundo. La religión, por quién”

Tomás de Aquino desarrolló cinco vías (quinque viae) para demostrar la existencia de Dios sobre la base de la sensación y el raciocinio. “Todas las vías parten de una experiencia concreta, que relaciona un momento con otro (causalidad); la cadena de causas no puede ser llevada hasta lo infinito porque resulta ser contradictorio…”

¿Quién es Dios? Esta es la pregunta que se hizo en primera persona Tomás de Aquino para luego con toda su intensa actividad intelectual encaminarse a dar respuesta a esta interrogante, seguramente la más difícil que puede plantearse el ser humano. Empleando terminología aristotélica, lo entendió como el primer motor inmóvil. Es el ser absoluto que por su propia esencia no ha recibido de otro su existencia. Es acto puro que como causante de todo ser, conoce, ama y dirige tanto a la naturaleza como al universo entero porque Él en esa infinita bondad las creó sabiamente; Dios es logos, ley eterna y sabiduría divina que se manifiesta, según el Aquinate, en el orden y en la jerarquía.

Tomás de Aquino, inteligencia movible como un potente reflector, derrama su luz y con una excepcional sutileza dialéctica nos dice que Dios es orden, en virtud de que no está compuesto de partes. Su esencia es pura y sin división puesto que al no existir complejidad alguna en su naturaleza lo que revela es un orden supremo regido por leyes que se deja ver en la armonía, belleza y coherencia, elementos constitutivos que sostienen a la naturaleza y al cosmos a los cuales Dios, como principio ordenador y creador, les dio propósito y dirección.

Dios es jerarquía porque, siguiendo la línea de pensamiento de Aristóteles, en sus criaturas se evidencia los diferentes grados en el ser, que va desde lo más básico hasta lo divino y como intellectus universaliter agens, fluye (emanatio) el ser en grados escalonados.

En esa escala se incorpora a los seres inanimados que revelan el nivel más bajo de dicha jerarquía. Son las entidades que no tienen vida ni conciencia, como los minerales y todos los objetos inertes. Continúan los seres vegetativos que solo tienen vida, pero no cuentan con sensibilidad o conciencia; aquí incluye a las plantas y otros organismos similares. Luego llegan los seres sensitivos que tienen vida y también sensibilidad en razón de que perciben su entorno y responden a estímulos; aquí reconoce a los animales. Después aparecen los seres racionales que no solo disponen de materia, vida y sensibilidad, sino que cada ser alberga suficiente y limitada capacidad intelectiva (pueden conocer el fin de las cosas, pero están impedidos de conocer el fin último de todas las cosas). Solo el hombre pertenece a esta categoría al estar dotado de un alma que no solo es la forma del cuerpo, sino que es subsistente y por tanto inmortal, que es lo que anima y le confiere capacidades únicas.

Dios, infinitamente bueno, no solo le concedió al hombre a través del alma entendimiento y voluntad, también le proporcionó la facultad de poder comprender los principios de las buenas acciones. Estas facultades no se hallan en los que están por debajo de los grados del ser racional. Ni los entes inertes, ni los vivos podrán conocerse, comprenderse ni mucho menos amarse.

Lo más prodigioso de esta perspectiva de Tomás de Aquino es aquello de que lo que aparece como simple es al mismo tiempo lo más profundo. Es el alma, que por estar compuesto de amor está intrínsecamente relacionada con la voluntad, el conocimiento y la búsqueda del bien, asistida por capacidades de la percepción, sensación, entendimiento y crecimiento.

El entendimiento, que se halla en el alma es una virtud que es capaz de hacer inteligible lo que lo sensible posee de inteligible. “El amor aventaja al conocimiento en mover, pero el conocimiento es previo al amor en alcanzar, pues solo se ama lo que se conoce, como dice Agustín. Y por eso alcanzamos el fin inteligible por la acción del entendimiento, del mismo modo que alcanzamos primero el fin sensible por la acción de los sentidos” Tomas de Aquino Suma de Teología II pág. 63

El alma racional, dice el Aquinatense, siempre busca el bien y lo ama en función del entendimiento y de la voluntad que, como potencia del alma, se encarga de tomar libremente decisiones. Dios por eso le ha concedido al hombre libertad, permitiendo que elija el mal si así lo quiere. El mal que es carencia del bien es el resultado del libre albedrío y de la voluntad humana. Dios no es responsable del mal. El mal en sentido estricto es un defecto del ser y del bien. Esa carencia no es solo ausencia, sino una corrupción del hombre lo que podría significar que todo mal es una corrupción de la creación que en sí misma es buena (bonum et ens convertuntur). “El mal no es algo [aliquid], algo positivo, y Dios no puede haberlo creado, puesto que. no es creable, sino que existe solamente como una privación (privatio) de lo que en sí mismo, como ser, es bueno” [Summa Theologiae],

Siendo Tomás de Aquino un puro espiritual no dejó de lado otro aspecto que es crucial: el buen conducir del hombre y el buen gobierno de la ciudad que solo se logra con las “buenas leyes porque por su obligatoriedad inducen a la virtud.” Summa, 11-n, q. 64, a. 2, in c.

Aquí es donde Tomás de Aquino pone claramente de manifiesto su teoría de la ley y parte de la idea de que el orden cósmico y la estructura del universo se fundan en leyes. Hay cuatro clases de ley: la ley eterna, la ley divina positiva, la ley natural y la ley humana positiva.

La ley eterna es el plano racional de Dios que se retrata en el orden del universo. La ley divina positiva es la ley de Dios tal como ha sido positivamente revelada de manera imperfecta a los hombres y mostrada perfectamente a través de Cristo. La ley natural que se encuentra en la naturaleza humana infundida por Dios que se exterioriza en la razón humana como una luz que permite conocer lo que debemos hacer y evitar lo que es incorrecto y cuya esencia puede reducirse a la máxima siguiente: “Se debe hacer el bien y evitar el mal, el bien es lo que tiende a la conservación, el mal lo que tiende a la destrucción de sí”. Muy unida a la ley natural está la ley del Estado o la ley humana positiva. Esta ley se desprende de la ley natural de dos modos: por deducción (ius gentium) o por especificación (ius civile). Por ejemplo, el asesinato está prohibido por la ley natural, pero la razón muestra que es fundamental que exista una legislación específica para que el asesinato sea claramente definido y se asignen las sanciones pertinentes.

Si para la ley humana positiva es esencial su proveniencia de la ley natural, entonces es evidente que aquella no puede contradecir a ésta. Una ley humana positiva que contradice a la ley natural no sería justa por imponer obligaciones, no para el bien común sino para satisfacer la avaricia o la ambición del legislador. Estas leyes injustas no obligan al hombre en conciencia. Por el contrario, al haber sido promulgada para los fines espurios y egoístas del legislador y al no obligarnos en conciencia, posibilita rebelarse ante ellas.

Tomás de Aquino sostiene que toda ley se ordena al bien común, merced a esa ordenación la convivencia humana regida por tal ley habilita a que los hombres puedan lograr su inclinación al bien común que para Tomás de Aquino envuelve tres objetivos fundamentales: el bienestar material, la paz y los bienes culturales. Condiciones necesarias que le permite al hombre alcanzar su perfeccionamiento y con ello contribuir al bienestar social con respeto a su dignidad e integridad, impulsando el florecimiento de la virtud y así conseguir la felicidad.

Ciertamente grandes mudanzas se han producido en el mundo contemporáneo desde la soleada infancia de Tomás en Roccasecca, Italia. Se supone que somos más sabios y debido a ello deberíamos conocer los abismos a que nos conducen los gobernantes de voz estentórea y de escaso fondo que predican la ley y al mismo tiempo la pervierten; gobiernos que se empecinan en encumbrar lo que es de naturaleza inferior, rechazando toda apertura metafísica, que como lo enseñara Tomás de Aquino, es la vía que convoca al hombre, desde una moral de la generosidad y de unión, para que todos desde la ciudad logren aproximarse a la Providencia y con el sentido de la trascendencia las personas estén en aptitud de realizar aquella mediación en la inteligencia de la revelación que experimentó el propio Aquinatense.

Por eso es más importante Tomás de Aquino en la actualidad que en cualquier otro momento y quizás más que en el mismo instante de su muerte acaecida el 7 de marzo de 1274 y que gracias a las capas de afecto y fidelidad que le brindó su maestro Alberto Magno, quien lo sobrevivió y que a pesar de su ancianidad supo con férrea voluntad y empeño dialéctico salvaguardar las obras de su preclaro discípulo.

Tomás de Aquino, espíritu brillante de la cristiandad, maestro de la inquietud para quien la verdad es un bien del entendimiento y no de la voluntad tuvo la grandeza de vivir para la verdad y en la verdad. De esa fidelidad también nos nutrimos ahora a través de su descomunal obra, cual mugido que se deja oír a pesar del tiempo discurrido, en tanto lo evocamos con veneración en su septuagentésimo quincuagésimo de estar junto al Padre y al Hijo.

Tomás de Aquino, cuya versada predicación fue hecha conforme a su propio ser, esto es, según la Verdad, la Belleza y el Bien es un modelo de santidad y de sabiduría. He aquí el ápice supremo de la inteligencia humana.

 

 

Imagen extraída de: https://www.franciscanmedia.org/saint-of-the-day/saint-thomas-aquinas/


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