Información nutricional de alimentos: ¿realmente funciona?

A mayor cantidad de información revelada a los consumidores, mejor para ellos… ¿verdad? Aunque parezca ser una idea generalizada que no admite contradicción alguna, revelar demasiada información puede lesionar el interés de los consumidores. De forma simple, existen dos problemas específicos asociados a una revelación excesiva de información: un problema de saturación informativa y un problema de acumulación informativa.

 

La saturación implica algo muy sencillo de entender: la comprensión se hace más difícil en la medida en que existe más información por procesar. De esta forma, la comprensión de información por parte de los consumidores suele ser inversamente proporcional a la cantidad de información que se le ofrece. Menos información resulta más comprensible que más información. Precisamente por esta razón, quienes suelen defender mayores exigencias de revelación de información para beneficio de los consumidores, asumen equívocamente que el problema principal tiene que ver con la cantidad de información perdiendo de vista que el verdadero problema es el de decodificación (comprensión) de la misma.

 

El problema de la acumulación está estrechamente relacionado al de la saturación. A medida que se va revelando mayor cantidad de información, ésta compite –en términos de “atención” del consumidor- con toda la información existente sobre otros aspectos del producto. Por ejemplo, la revelación de información respecto de los ingredientes de un producto podría distraer al consumidor y evitar que lea las instrucciones de uso adecuado.

 

Ahora bien, más importante que el cuestionamiento general a la premisa que sostiene que más información es siempre mejor, debemos preguntarnos si realmente la información nutricional impacta positivamente en la vida de los consumidores. No voy a incidir en el tema del costo que es algo de lo cual muchos –incluyéndome- hemos hablado en otras oportunidades. Simplemente vale la pena dejar establecido que existen, incluso hasta hoy, personas que parecen creer que un pequeño cambio en la etiqueta no cuesta nada. Esa desinformada objeción no es discutida en esta breve columna.

 

Me interesa ir al asunto menos explorado que tiene que ver con el supuesto beneficio del etiquetado nutricional. ¿Le sirve a la gente? A juzgar por algunos hallazgos, pareciera ser que los consumidores poco o nada usan esta información nutricional. El profesor Omri Ben-Shahar en una reciente columna publicada en Forbes (FDA versus Michelle Obama: The Curious Battle over the Nutrition Label) se lamenta sentenciando: “la batalla por el etiquetado nutricional es una historia de gran ironía porque (…) en sus veinticinco años de existencia no ha afectado la forma en que las personas comen”.

 

Es claro que el etiquetado nutricional no proscribe que la gente coma lo que quiera comer. Su objetivo es otro: informar a la gente para que las personas puedan decidir dejar de comer algo dado su alto contenido en azúcares o grasas, por ejemplo. Esta aclaración es importante porque la medición de la utilidad del etiquetado nutricional depende directamente de cuántas personas realmente hacen o dejan de hacer algo gracias a este etiquetado. Si el etiquetado nutricional no modifica los hábitos de consumo, se pone en evidencia la absoluta intrascendencia de esta medida.

 

Richard Williams, en una interesante columna, dice, luego de referirse a su paso como economista en jefe del Centro para la Salud Alimentaria y la Nutrición Aplicada de la FDA que: “sostuve que la gente vería esta información y la usaría para tomar decisiones saludables e informadas que llevarían a mejores resultados en términos de salud para la nación. Pensamos que veríamos 40,000 menos casos de cáncer y enfermedades cardiacas en los siguientes 20 años y que se evitarían 13,000 muertes”. Luego agrega: “desafortunadamente, como revela cerca de un cuarto de siglo de experiencia, prácticamente nada de eso ha ocurrido. Hoy, menos gente lee las etiquetas nutricionales y la mayoría de americanos piensa que es más fácil calcular sus impuestos que entender realmente cómo comer de forma saludable” (“Why the nutrition labels won´t work” en The Agenda – 23 de mayo de 2016).

 

Estudios revelan, incluso, que el etiquetado nutricional, tal y como la teoría expuesta al inicio de esta columna sugiere, podría estar confundiendo a la gente sobre la alimentación saludable (Puede revisar el estudio científico de Clare M. Hasler titulado “Health Claims in the United States: An aid to the public or a source of confussion?”, publicado en el Journal of Nutrition de la American Society for Nutrition). Asimismo, como se señala en un trabajo de Williams y Marlow (“Retrospective Analysis of the Regulations Implementing the Nutrition Labeling and Education Act of 1990”) las relaciones entre etiquetado, conducta humana y alimentación saludable son más complejas de lo que los estudios suelen considerar.

 

Walter Willet, profesor de medicina y nutrición en el Harvard School of Public Health sostuvo en una conferencia en el 2010: “In conclusion, let me reiterate that diets with a lower percentage of energy from fat do not reduce the risk of heart disease, diabetes, cancer, or adiposity. For some people, a reduction in total fat can actually be harmful if healthful fats are preferentially reduced. We should just clean up our dietary guidelines and remove any reference to percentage of energy from fat…” (Publicado en “Why traffic light labeling of foods won´t work” el 29 de agosto de 2012).

 

Otras políticas referidas a la “alimentación saludable” funcionan, aparentemente, igual de mal (por ejemplo: “New study proves menú labelling doen´t work as promised” publicado en el Washinton Examiner o “The Failure of Calorie Counts on Menus” en The New York Times). En Perú, la alimentación saludable de niños y adolescentes parece ser vista con mayor preocupación. Al respecto, resulta elocuente que en un reciente estudio realizado por la Universidad de Chile a un año de aprobada la denominada “Ley de Composición Nutricional de los Alimentos y su Publicidad” sea precisamente en el grupo de adolescentes aquél en el que no se percibe efecto alguno manteniéndose la información nutricional como aspecto a considerar para la compra en la tercera posición por debajo del factor precio y el factor marca.

 

Si declaraciones del tipo “Alto en…” se exigen para una gran cantidad de productos, se perderán incentivos para innovar en productos más saludables precisamente porque, en los hechos, prácticamente cualquier producto terminaría comprendido en una señalización prejuiciosa hacia la industria. Estoy convencido de que si le consultamos a cualquier persona si desea que se le proporcione más información, la gran mayoría contestará que sí. Esa respuesta no evidencia, sin embargo, que estemos apostando por una política pública sensata. Se requieren estudios serios y un debate técnico. Las políticas públicas no pueden basarse en la popularidad desconectada de la data.

 

*Imagen obtenida de www.utem.cl


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