Prejuiciosa, ingenua e inconsistente: la manipulación mediante Nudges y el Nobel de Economía a Richard Thaler

 

Hace pocos días se honró al profesor Richard Thaler con el premio Nobel de Economía por sus aportes en el ámbito de la economía del comportamiento (behavioral economics). Escuché un interesante comentario del profesor peruano Renzo Saavedra -Ius360- en donde afirmaba que la gran mayoría de profesores de análisis económico del derecho en nuestro país, nos opondríamos a las ideas de Thaler y que esa sería “(…) una oposición sustentada más en preconceptos que en información precisa sobre el movimiento”. Finalmente, el profesor Saavedra reclama razonabilidad y paciencia para un movimiento joven del cual no se puede pedir una “teoría acabada”.

 

Tengo enorme respeto por el esfuerzo de Saavedra en proponernos apertura hacia ideas diferentes y no tengo titubeo alguno en reconocer que los estudios planteados por Thaler, Sunstein y otros merecen atención. Sin embargo, creo que los cuestionamientos que se puedan formular a la teoría de Thaler son más responsabilidad de sus propias premisas que imputables a una suerte de prejuicio o imprecisión de parte de los críticos. En ese sentido, el presente comentario tiene por finalidad, de forma muy breve, exponer qué sostiene el trabajo del último Nobel de Economía y la razón por la que creo que deberíamos ser muy cuidadosos al adherirnos a una tesis que podría ser, más bien, prejuiciosa, ingenua e inconsistente.

 

En 1980, Thaler publicó en el Journal of Economic Behavior and Organization un trabajo titulado “Toward a Positive Theory of Consumer Choice” y en el que anunciaba la presentación de “un grupo de ilusiones mentales económicas”. En efecto, su trabajo pretendía exponer ejemplos en los que los consumidores no se comportaban como la economía tradicional predeciría (racionalmente) lo cual, a decir de Thaler, se explicaba en el hecho de que el modelo económico ampliamente difundido “era un modelo para expertos-Robot” y no para gente que no pasa la mayor parte de su tiempo reflexionando sobre cómo tomar decisiones.

 

Era solo una cuestión de tiempo para que, apuntando las limitaciones de la teoría económica tradicional, surgiera un enfoque alternativo. Los “nudges” (empujoncitos) eran el remedio para conducir a las personas hacia resultados deseables pero sin inmiscuirse en su libertad para tomar decisiones. ¿No es extraño que los individuos conspiremos tan frecuentemente contra nuestro propio bienestar? ¿Por qué decidimos ir a una fiesta si sabemos que tenemos un examen parcial el lunes? ¿Por qué comemos comida grasosa si sabemos que nos hace daño? ¿Por qué no ahorramos dinero para el futuro si sabemos que eso es lo que nos conviene? Algo debe estar mal con la asunción de racionalidad tradicional y algo, sobre todo, debe hacerse para conducirnos por “el buen camino”.

 

La clave de la teoría propuesta está en la “arquitectura de las decisiones”. Un arquitecto de decisiones, según Thaler y Sunstein (en su libro “Nudge) es el sujeto que tiene la responsabilidad de organizar el contexto en el que la gente toma decisiones. Organizando ese contexto, se dice, puedo conducir a la gente a tomar las decisiones adecuadas sin ordenarles que tomen tal o cual decisión. Por ejemplo, puedo organizar la comida de una forma tal que los individuos prefieren consumir comida saludable en lugar de comida grasosa. Nadie elige por el individuo, se dice, simplemente orientamos al individuo hacia cierta alternativa dándole un “pequeño empujoncito” en la dirección correcta.

 

Se suele sostener que esta visión expresa un “paternalismo libertario” en tanto que preserva respeto por la libertad individual. Pero Sunstein y Thaler afirman que “(…) es legítimo para los arquitectos de las decisiones el tratar de influenciar la conducta de los individuos con la finalidad de hacer que vivan vidas más longevas, saludables y mejores”. En otras palabras, defendemos esfuerzos conscientes de instituciones en el sector privado y también del gobierno por conducir las elecciones de los individuos en direcciones que mejorarán sus vidas”. Así, un “nudge” se convierte en un aspecto de la arquitectura que altera la conducta de los individuos sin proscribirles alguna elección.

 

Un esfuerzo por tratar de comprender los problemas que estos instrumentos de control mental “soft” plantean es justificado. En primer término, la constatación de que los seres humanos cometemos errores difícilmente merece un premio Nobel de Economía o cualquier otro premio imaginable. Nadie podría dudar de que nuestras emociones juegan un papel importante en nuestra toma de decisiones. La premisa de racionalidad de la teoría económica “mainstream” (como algunos la califican) no afirma que los individuos somos robots sin afectos que nunca nos equivocamos. Esa caricaturización es ciertamente conveniente para sus propósitos pero fallida tanto en teoría como en la práctica. La conducta racional, dice el profesor Epstein, no significa tomar decisiones correctas en todos los estados del mundo de acuerdo a una función abstracta de utilidad sino que implica tomar una decisión que se espera nos ponga en una mejor situación.

 

El punto es que una persona desarrolla mecanismos que le permiten comprender un error y evitar incurrir en él en el futuro. Las personas cometemos errores. No existe ninguna razón por la que se puede afirmar sin duda alguna que los seres humanos deberíamos preferir la racionalidad limitada de nuestros “arquitectos de decisiones” en lugar de nuestra propia racionalidad limitada. En esos términos, la teoría corre el riesgo de ser prejuiciosa pues asume o bien que los problemas de racionalidad limitada que padecemos no son padecidos por nuestros reguladores o asume, en todo caso, que la racionalidad limitada de los reguladores es menos problemática que la nuestra.

 

Creer que la gente no conoce sus preferencias debería llevarnos a aceptar que no las conoce nadie salvo que los reguladores sean dioses exonerados de las imperfecciones cognitivas que Thaler anota en sus trabajos. En esos términos, la teoría puede ser también ingenua al asumir que un arquitecto de las decisiones no sufre de las mismas limitaciones que todos los humanos. Probablemente esa ingenuidad responda a que la teoría se concentra en explicar a través de ejemplos la decisión que tomó un individuo (imperfectamente racional) pero no en explorar el modo en que ese individuo tomó esa decisión.

 

La ingenuidad es peligrosa en el terreno de las políticas públicas, puesto que más grave que nuestro error individual, es el error gubernamental consistente en diseñar una política pública pensada en hacernos mejores a partir de la imperfección ajena. Finalmente, la teoría puede ser inconsistente al afirmar ser “libertaria” y “paternalista” al mismo tiempo. Pues no, no es libertaria. No hay nada menos compatible con la libertad individual que defender la posibilidad de que se diseñe una arquitectura pensada para hacer que los individuos tomemos mejores decisiones. ¿Decisiones mejores según quién? ¿Según un individuo imperfectamente racional que desde su imperfección pretende conducirme al “buen camino”? La teoría asume, entonces, que los mejores resultados son buenos para todos. Asume, en buena cuenta, que lo mejor para el arquitecto de las decisiones es lo mejor para quienes debemos interactuar dentro de su diseño.

 

Renzo Saavedra, destacado académico peruano (y con justicia lo es), nos reclama paciencia. No la tengo. No puedo tener paciencia con una teoría que de libertaria solo tiene el nombre panfletario que se auto-impone. Si la economía del comportamiento quiere ser una alternativa válida, tiene un extenso camino que recorrer. Por ejemplo, podría hacerse un estudio sobre las limitaciones cognitivas de los encargados de diseñar nudges. Hasta que la teoría no supere esos percances, la laureada teoría de Thaler corre el riesgo de ser simplemente una teoría prejuiciosa, ingenua e inconsistente.


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