Los semáforos controlan el paso y la parada de vehículos en la ciudad, pero además simbolizan al sistema legal en una actividad primaria como el tránsito. Todos estamos involucrados en ella, pero quizá no somos conscientes de lo que está sucediendo y sus implicancias.
Siempre hubo quien que se pasara la luz roja, un pícaro en combi o acaso mamado noctámbulo que rompía el ordenamiento, rebelde ante el mandato escarlata. Sin embargo, hoy en día la tasa de sediciosos es inmensamente mayor. Ya no se trata solamente de locos al volante o delincuentes consumados, sino de personas aparentemente sobrias y cuerdas, simpáticas señoras de transporte escolar, elegantes damas de sociedad, gomosos ejecutivos en autos de lujo, repartidores motorizados de las empresas más solventes y por supuesto atléticos ciclistas que reclaman la vía para sí. Los segundos iniciales del rojo, y a veces todo su decurso, ya no existen para estos personajes; es el nuevo verde. Sin el menor estupor violan la ley y pasan, poniendo en peligro su vida y la de otras personas.
Incumplir una norma de tránsito es una falta administrativa que se resuelve con una multa, pero ese no es el tema esencial de lo que estamos viendo en las calles. Los trasgresores ni siquiera analizan el beneficio que implica violar la ley versus las posibilidades de ser atrapados. Ellos han asumido que no existe regla, actúan con naturalidad escalofriante. Son como las palomas de la ciudad que ya no se espantan ante la proximidad de un vehículo, y que acaso solo agachan la cabeza para dejarlo pasar y luego siguen en lo suyo como si nada. De vez en cuando una muere horriblemente, pero eso no desanima a las emplumadas. Su naturaleza ha cambiado.
La situación que describo es de extrema gravedad por lo que representa. Se está asumiendo como aceptable la violación de la ley, tanto que los parados en verde ya no confían en el pase. Incluso algunos oficiales del orden miran con desdén el acto y continúan en su charla. El desprecio por la roja es un símbolo del desborde y como tal debe ser reprimido con la mayor severidad, sin atenuantes, sin excepciones, como el crimen que es. No basta una multa. Se les debe hacer ver a los mutantes que ir contra el rojo es inaceptable, que la sociedad no admitirá un cambio de naturaleza hacia lo incivilizado. La dureza del castigo dejará a uno que otro aplastado o desplumado, pero se contendrá la metamorfosis.
No es verdad que la mayor sanción es inocua para el crimen. Si la pena es eficaz y severísima, los infractores se contendrán y el derecho prevalecerá. Lo importante es notar la metamorfosis y combatirla antes que sea demasiado tarde.