Psicología y derecho corporativo: la maldición del ganador y adquisiciones sobrevaloradas

Sería raro que los dueños de una corporación no quieran que esta crezca más. En general, suele existir una permanente presión hacia el crecimiento combinado con un, muchas veces, poco meditado optimismo gerencial. Cuando queremos adquirir algo y debemos competir con otros por ello –como ocurre en una subasta– es altamente probable que, si ganamos y terminamos siendo los que adquirimos lo que se quería comprar, realmente hayamos sobrevalorado lo adquirido. A esto se le denomina “winner´s curse” (la maldición del ganador). Comprender este fenómeno es, como veremos enseguida, de suma utilidad para los abogados dedicados al derecho corporativo.

La idea de que una aparente victoria pueda tener un impacto negativo no debería ser tan complicada de entender. Más dificil, sin embargo, es procesar el hecho de que el espacio para pagos exacerbados es tan frecuente que bien podríamos calificarlo de “tendencia”. Si pudiéramos resumir crudamente el sentido de “la maldición del ganador”, diríamos que explica la razón por la que al ganar una puja o contienda y lograr adquirir un determinado bien en lugar de otros, suele ocurrir que el ganador realmente no obtiene utilidad en el tiempo. Considerando que la presencia de subastas en nuestras vidas es más frecuente de lo que realmente notamos, explorar la operatividad de esta “maldición” es importante.

Imagine que tomamos un jarrón y lo llenamos de monedas de un sol y luego decidimos subastar ese jarrón lleno de monedas. Aquella persona que ofrezca la mayor cantidad de dinero, obtendrá el jarrón con todo su contenido. Las personas que decidan participar en la subasta enfrentan un problema frecuente. No existe forma de saber con precisión el “valor” del jarrón con su contenido. Cuando uno mira el jarrón lleno de monedas de un sol, sabemos que eso “vale algo” para el mundo pero no sabemos con exactitud cuál es ese valor. Ello ocurre frecuentemente cuando queremos adquirir una empresa, por ejemplo. Tenemos la idea de que puede ser un buen negocio hacer esa adquisición pero se requieren esfuerzos para determinar si vale la pena hacerla. Un buen due dilligence puede ayudar… aunque no asegurar realmente la superación de un resultado genuinamente “maldito”.

La maldición del ganador postula que, finalizada la subasta del bien (en el ejemplo, el jarrón lleno de monedas), ocurrirá: (i) que la oferta promedio de los participantes será menor que el valor conjunto de todas las monedas dada la aversión al riesgo de la mayoría; y, (ii) que la oferta ganadora será superior al valor conjunto del jarrón con sus monedas. En otras palabras, el ganador de la subasta, probablemente, paga más de lo que debería pagar por aquello que acaba de adquirir (Este ejemplo ha sido tomado del trabajo de Richard Thaler titulado “Anomalies: the winner´s curse” publicado en el Journal of Economic Perspectives aunque el concepto fue originalmente estudiado por tres ingenieros de apellidos Capen, Clapp y Campbell).

No viene al caso en esta columna contar sobre la observación en el Golfo de México por parte de estos ingenieros. Es un lugar común en los trabajos y columnas sobre la “maldición del ganador” repasar esa historia que, en verdad, no le suma mucho a la explicación ya planteada previamente. Lo trascendente aquí es que algunos consejos deben institucionalizarse. Me interesa destacar dos en concreto. Primero, si tenemos poca información del bien que pretendemos adquirir, nuestra oferta económica debe ser modesta. Segundo, si existen muchos agentes de mercado compitiendo por el mismo bien, nuestra oferta debe ser modesta también porque la tendencia a que los otros ofrezcan más por ser los ganadores, probablemente haga que el ganador realmente termine ofreciendo demasiado por lo que obtuvo.

Ahora bien, lo paradójico de la maldición del ganador es que revela la razón por la que una empresa triunfadora en una subasta suele no ser la que adopta un comportamiento eficiente. En efecto, una empresa eficiente obtendría un bien a un precio no tan distante de lo que una valuación precisa de mercado del bien revelaría (a algunos les gusta hablar del valor inherente del bien aunque el valor es de naturaleza subjetiva). Esta paradoja es tan notable que hace un par de años los economistas Paul Milgrom y Robert Wilson ganaron el incorrecto, pero popularmente llamado “Premio Nobel de Economía” explorando, entre otras cosas, cómo la maldición del ganador explicaba que muchos agentes de mercado pujaran por debajo del valor esperado del bien subastado.

La cuestión de la valoración subjetiva es importante. Sin embargo, no necesariamente todos los agentes de mercado quieren adquirir el bien subastado por la misma razón y, por tanto, pueden asignar valoraciones subjetivas claramente diferenciadas. Es, entonces, perfectamente posible que alguien no sienta que hizo una mala compra pese a que pagó sustancialmente más que lo que habría ofrecido otro agente de mercado. No obstante, en adquisiciones empresariales, la maldición del ganador es factible dada la menor probabilidad de una asignación de valor emocional (por ejemplo, quiero comprar esta casa porque en ella vivieron mis abuelos hace décadas).

El mensaje de esta columna es, simplemente, cuidado con esas ganas humanas de ser el vencedor. Victorias sobrevaloradas se traducen en decepciones impactantes. Los empresarios y abogados corporativos deben tenerlo presente. Recomiendo, como nota final, el trabajo de Varaiya titulado “The winner´s curse hypothesis and corporate takeovers” publicado en Managerial and Decision Economics en 1988 así como el trabajo del profesor de la Universidad de Chicago Richard Thaler que fuera citado previamente.

 


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